Potenciar la continuidad
Cuando llega el momento en que una pareja con hijos decide poner fin a su vida en común es frecuente que me consulten si lo “normal” es pactar una custodia compartida.
Con este artículo me gustaría poner sobre la mesa algunas consideraciones que llevo tiempo observando y que pueden arrojar cierta luz a la hora de empezar a establecer cual sería la mejor opción para unes hijes menores llegado el momento.
Primero:: potenciar la continuidad::
Hay que estar al caso de como ha sido la realidad en el reparto de tareas y tiempo de cuidado de los menores a lo largo del tiempo de convivencia.
Es frecuente que padres, que con anterioridad se han centrado en el trabajo más que en la gestión de las necesidades y cuidados de los menores, decidan que quieren asumir más tiempo y responsabilidades con les hijes en el momento de la ruptura.
Por un lado está bien y son numerosas las ocasiones en que el divorcio o separación ha hecho “ganar” un padre presente a les hijes. Bienvenidos sean pues los hombres que se animan a coparticipar en los cuidados pero ello no significa que puedan sustituir “por igual” a los cuidados y conexión que el/la menor necesita de la madre.
A veces basta con el régimen básico de fines de semana alternos y una tarde intersemanal para que l@s pequeñ@s experimenten la plena presencia y atención paterna que, con anterioridad, estaba ausente, mientras a la vez se les permite seguir con la estabilidad en su domicilio materno de las rutinas y cuidados que ya se estaban dando desde su nacimiento.
Segundo:: el vínculo maternofilial en la relación con los menores
Este apartado podría contener tantos estudios realizados al respecto que merece un artículo propio y separado, pero a modo de avanzadilla hay que tener en cuenta que el contacto con la madre durante los primeros años de vida (7, 8 y 9 años) es básico para forjar la confianza propia en les hijes.
En estas edades lo más adecuado, por parte de un buen padre, sería apoyar a la madre en sus necesidades a fin de que no se sintiera sobrepasada y agotada al tener que hacer frente a las necesidades económicas y afectivas de los mismos.
Presencia y apoyo del padre si, obvio, pero siempre respetando este vínculo que forjará el carácter y desarrollo de el/la menor.
Así poder estar contribuyendo económicamente y realizando un amplío régimen de visitas sería (en general y evidentemente luego hay casos concretos) lo más recomendable si queremos velar por el correcto desarrollo de nuestr@s niñ@s.
Tercero:: Estar al caso de las circunstancias que concurren. Ciertamente estamos en una sociedad que ya no permite establecer unas pautas tan rígidas como antaño puesto que la incorporación de la mujer al trabajo y su propia independencia han sido logros que deben ser respetados y equilibrados con la crianza.
Tenemos un Estado que no prioriza a la infancia y esta protección del vínculo con la misma eficiencia que otros. No existe opción de cobertura real ni ayudas públicas suficientes para que las madres puedan dedicarse según las necesidades de les hijes y, a menudo, es todo un estrés poder encontrar una fórmula que nos permita hacer aquello que nuestra intuición e instinto nos señalan como lo mejor para nuestra prole.
Por todo ello es la propia pareja la que deberá, de momento y hasta que el Estado no entienda la necesidad de invertir en la salud y estabilidad emocional de la infancia, buscar los mecanismos para que estos futuros ciudadanos del mundo puedan crecer íntegros y con todo aquello que merecen.
Ciertamente está opinión es muy genérica y luego los casos concretos merecen todos los matices y excepciones que puedan confirmar la regla.
El camino no es fácil pero antes de entrar en batallas de posesión sobre les hijes, hay muchas cuestiones que deben ser revisadas desde lo profundo. No es una guerra entre mujeres y hombres, no es un volver a una sociedad machista que retira a las mujeres del ámbito público para servir a la familia, es un co-crear nuevas realidades respetuosas con las necesidades de la infancia.